La poesía es una ventana abierta. Pero una ventana diferente: una que se abre de par en par y, en lugar de permitirnos disfrutar el paisaje, nos ayuda a mirarnos por dentro. La poesía es ese modo que encontramos de conocernos a nosotros mismos. A través de ella podemos contar nuestras alegrías y nuestras tristezas, las fantasías y las emociones, nuestros desafíos y nuestros miedos. 

 

En ese sentido, la ventana de Alejandra Pizarnik es una de las más interesantes. No sólo porque Alejandra es la mejor poeta argentina de las últimas décadas, sino también porque los modos en que ella elegía contarse eran una mezcla de emociones y de colores: la noche era su territorio, los espejos eran su obsesión, la infancia era un lugar para regresar siempre desde el recuerdo, la amistad era su refugio cálido, la soledad era un fantasma que la perturbaba, el viento era su amante apasionado, viajar a París era su sueño eterno, el lenguaje era una caja de herramientas para buscar y buscar…

Alejandra Pizarnik

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La poesía es una ventana abierta. Pero una ventana diferente: una que se abre de par en par y, en lugar de permitirnos disfrutar el paisaje, nos ayuda a mirarnos por dentro. La poesía es ese modo que encontramos de conocernos a nosotros mismos. A través de ella podemos contar nuestras alegrías y nuestras tristezas, las fantasías y las emociones, nuestros desafíos y nuestros miedos. 

 

En ese sentido, la ventana de Alejandra Pizarnik es una de las más interesantes. No sólo porque Alejandra es la mejor poeta argentina de las últimas décadas, sino también porque los modos en que ella elegía contarse eran una mezcla de emociones y de colores: la noche era su territorio, los espejos eran su obsesión, la infancia era un lugar para regresar siempre desde el recuerdo, la amistad era su refugio cálido, la soledad era un fantasma que la perturbaba, el viento era su amante apasionado, viajar a París era su sueño eterno, el lenguaje era una caja de herramientas para buscar y buscar…