Ernesto nos cuenta la historia de Nelson, un joven que vive en el campo chaqueño con su papá y sus hermanos.

Ya en la primera línea el protagonista sueña que es el padre, que ocupa su lugar y maneja la camioneta. Y ese conflicto atraviesa el texto. Nelson intenta comprender al padre, un hombre de campo, capaz de reducir todo a la lógica del dinero, que le transmite rápido una relación brutal con la muerte. Acaso seamos nosotros los suavizados por la vida citadina.

A lo largo de los cuentos uno ve crecer y desenvolverse a Nelson, como en una película que nos narra distintos capítulos de su vida: sabemos del amor, de la relación compleja con su interior, de la melancolía materna, pero lo que más vuelve es el padre. El problema de la herencia, de tener que ocupar su lugar, hacerse cargo del campo.  La historia que nos cuenta Ernesto entona así con el mito universal en tanto crónica de una sucesión, y en ese sentido se hermana con Edipo y con Hamlet y tantos otros. La violencia intergeneracional es una necesidad estructural. No puede haber sucesión sin conflicto. Por lo que se nos hace necesario escribir y leer historias sobre cómo elaborar esa relación. Que los hijos tengan que ocupar el lugar de los padres no es sin consecuencias.

El problema se respira en la historia, en el tercer cuento, el que le da título al libro: el padre le advierte a su primogénito: “cuando yo no esté, te vas a tener que hacer cargo del campo y de todas las cosas, pero para eso tenés que dejar de ser un pajero de mierda y acompañarme al campo”. “No sé cómo” nos dice Nelson, “pero siempre me daba donde más me dolía”. Una vez más, no habrá transición sin complejidad, sin contrapunto, sin violencia, sin amor, sin claroscuros.

(Reseña disponible en Revista Ubik, por Francisco Kuba)

Voz de vaca - Ernesto Gallo

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Ernesto nos cuenta la historia de Nelson, un joven que vive en el campo chaqueño con su papá y sus hermanos.

Ya en la primera línea el protagonista sueña que es el padre, que ocupa su lugar y maneja la camioneta. Y ese conflicto atraviesa el texto. Nelson intenta comprender al padre, un hombre de campo, capaz de reducir todo a la lógica del dinero, que le transmite rápido una relación brutal con la muerte. Acaso seamos nosotros los suavizados por la vida citadina.

A lo largo de los cuentos uno ve crecer y desenvolverse a Nelson, como en una película que nos narra distintos capítulos de su vida: sabemos del amor, de la relación compleja con su interior, de la melancolía materna, pero lo que más vuelve es el padre. El problema de la herencia, de tener que ocupar su lugar, hacerse cargo del campo.  La historia que nos cuenta Ernesto entona así con el mito universal en tanto crónica de una sucesión, y en ese sentido se hermana con Edipo y con Hamlet y tantos otros. La violencia intergeneracional es una necesidad estructural. No puede haber sucesión sin conflicto. Por lo que se nos hace necesario escribir y leer historias sobre cómo elaborar esa relación. Que los hijos tengan que ocupar el lugar de los padres no es sin consecuencias.

El problema se respira en la historia, en el tercer cuento, el que le da título al libro: el padre le advierte a su primogénito: “cuando yo no esté, te vas a tener que hacer cargo del campo y de todas las cosas, pero para eso tenés que dejar de ser un pajero de mierda y acompañarme al campo”. “No sé cómo” nos dice Nelson, “pero siempre me daba donde más me dolía”. Una vez más, no habrá transición sin complejidad, sin contrapunto, sin violencia, sin amor, sin claroscuros.

(Reseña disponible en Revista Ubik, por Francisco Kuba)