Una manera de jugar con las palabras, con las ideas y con la realidad. Jugar, es decir movimiento, disfrute, apuesta, descubrimiento. Una manera de ir descubriendo el mundo. Las cosas del mundo de todos los días se viven como pequeños milagros. O, mejor, se descubre que son, cuando se las mira como las miran estos poemas, milagros. Una invitación a poner en marcha la prodigiosa capacidad de fantasía de los chicos, incluido el chico que todos somos a cualquier edad, si nos animamos a serlo.

Como pelusa flotando en el aire, las palabras van despacito bajando, con esa levedad, con esa gracia, para tocar el alma. Y lo que las anima, lo que, cuando llegan a nosotros, nos gana, se llama ternura. No hay distancia alguna entre Mauricio Rosencof, el que para su hija escribió Cosas de pajarito, y el dirigente tupamaro, el que supo sobrellevar en el aislamiento del presidio doce años como rehén. Es la vida, eso que llamamos “la vida”, siempre, lo que empuja, ese amor a lo que ahí está y palpita, eso a lo que hay que cuidar y alimentar en cuerpo y alma, como quien vuelve a fundar a cada rato el mundo. Daniel Freidemberg

  • Medidas: 17x17cm | Páginas: 32 | Rústica

Cosas de Pajarito - Mauricio Rosencof

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Una manera de jugar con las palabras, con las ideas y con la realidad. Jugar, es decir movimiento, disfrute, apuesta, descubrimiento. Una manera de ir descubriendo el mundo. Las cosas del mundo de todos los días se viven como pequeños milagros. O, mejor, se descubre que son, cuando se las mira como las miran estos poemas, milagros. Una invitación a poner en marcha la prodigiosa capacidad de fantasía de los chicos, incluido el chico que todos somos a cualquier edad, si nos animamos a serlo.

Como pelusa flotando en el aire, las palabras van despacito bajando, con esa levedad, con esa gracia, para tocar el alma. Y lo que las anima, lo que, cuando llegan a nosotros, nos gana, se llama ternura. No hay distancia alguna entre Mauricio Rosencof, el que para su hija escribió Cosas de pajarito, y el dirigente tupamaro, el que supo sobrellevar en el aislamiento del presidio doce años como rehén. Es la vida, eso que llamamos “la vida”, siempre, lo que empuja, ese amor a lo que ahí está y palpita, eso a lo que hay que cuidar y alimentar en cuerpo y alma, como quien vuelve a fundar a cada rato el mundo. Daniel Freidemberg

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